Para empezar a desempolvar
LIBÉLULAS
La bata apenas me roza. El lazo que sujeta sus pliegues, me presiona la cintura y sugiere un vuelo fugaz que se pierde en la oscuridad del cuarto.
Acaricio la seda con las yemas de los dedos. Los hilos se entrecruzan. Sobresalen pequeños filamentos retorcidos. Crisálidas adheridas a la uniformidad del tejido. Imperfecciones. Variaciones en la tensión.
Emociones que perturban y distraen. Esa inestabilidad que mete miedo y deja su huella en las veleidades de la malla. Antojadiza. De ligereza variable. Capaz de desnudarse en transparencias casuales. De modelarse en convexidades amplias y gargantas de profundo placer.
Yo la conservo porque te reconozco en la trama que urdiste. Asombrosa habilidad para reinventarme en arrebatos que quedaron prendidos de la malla. Nudos en las costuras, racimos de piedras, rígidas alforzas pespunteadas.
Sin embargo, aún quiero volar. El roce del tejido conserva su suavidad y anuncia el vértigo. volados que se precipitan hasta el ruedo de mi falda. Una ola de encaje rompe durante la pleamar.
La libélula ha vuelto.
Aunque la perilla esté al alcance de mi mano ¿para qué encender la luz?