domingo, 30 de mayo de 2010

POEMA.

Exhumadora de rastros petrificados, de desiertos,
invoco residuos de la noche.

He venido a saberte, piedra desgarrada,
a palpar poros como abismos
a hundirme
en los resquicios de afilada humedad
entre las ruinas que aún queman.

Vestigios.

Restos de una voz que me habla desde el fondo de arena
de ese mar insomne que sigue navegando
en mis brazos hasta las tres de la tarde,
y me atenaza las piernas
y sofoca el grito

Avanzo entre los cementerios de piedra
con brazadas de náufrago
y desentierro nombres que no fueron.
O sí.

Descubro rostros claveras
sonrisas crispadas preguntas
a todas mis respuestas.


Excavadora de tumbas
te pronuncio
atravesada por un mar volcánico
rescato tu ojo escondido,
y lo sostengo entre mis manos sedientas

Eres todo lo que no era. Lo que no supe, ni dije. Lo que no creía.
Buceadora de arenas laberintos.
Te disuelves ante la mirada del viento.

Y yo contigo.

Dedicado a CIU

Gotera


Un vaso de agua en el silencio.

Su cristal rompe la noche,

ese nada de agua

me mata.

Sobrevivo,

me pongo en pie

y algo invade

el espejo nocturno:

una nada de cristal

sí, soy yo.



sábado, 29 de mayo de 2010

ROMPIENDO EL HIELO(venga arañas es hora de colgar nuestros tejidos)




SÍSIFO DESTERRADO

Tenía la boca reseca y la neblina polvorienta que envolvía la ciudad apenas le dejaba respirar; le enloquecía. Echaba un trago para refrescarse y comprobaba aterrado que hasta el agua tenía un tinte rojizo. Ni siquiera recordaba cuándo había empezado aquello. Sólo sabía que antes existía algo llamado primavera y también un otoño; los estados intermedios. En las noches de verano, intentaba evocar el frescor del viento después de una tormenta, el olor a romero y espliego; el vaho agradecido que exhalaban los montes y la visión de las aves y las flores. Se adormecía y solía soñar que bebía agua hasta hartarse. Así transcurrían esos seis meses, y el no dejaba de trabajar convencido de que acabaría consiguiéndolo. El invierno no era mucho mejor, la ciudad se transformaba entonces en un yermo donde parecía concentrarse la fuerza de todos los vientos. Era un frío seco que se colaba a través de las ropas junto con la arena y hacía crujir sus huesos. No, no recordaba cuándo pero sí sabía cómo. El desierto había cruzado el mar, lenta y pacientemente, durante meses. Aprovechaba las noches para ir asentando su reino. Las dunas se formaban una tras otra como olas inquietas y así fue avanzando hasta cubrirlo todo. Un día el paisaje había cambiado. Todos huyeron, menos él; no perdía la esperanza. Salía al amanecer a realizar su trabajo. Sembraba semillas y plantaba raquíticos esquejes que cuidaba en casa. Aprovechaba los días largos del verano cuando apenas corría el aire. No descansaba pues quería ganarle terreno al desierto. Al anochecer, se tumbaba exhausto y soñaba con el agua una vez más. Mientras él dormía el desierto abría la boca y sus fauces de arena deshacían el trabajo.
Con derechos reservados de autor. Copyright © 2010

domingo, 23 de mayo de 2010

Soledad

Luna, de todo lo que tengo en mi habitación, tú eres lo más valioso. Duplicas mi existencia.

martes, 11 de mayo de 2010

Yo siempre estoy acá

Pero si no llevo un espejo no me veo.